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LLENAS Y VACÍAS

Hay lunas llenas. Y lunas vacías. No tiene mucho que ver con la rotación de la Tierra, ni con eventos astronómicos. Simplemente hay algunas lunas que intuyen las pupilas, disuelven la cordura, inhalan las posibilidades y nos llenan. Sin importar la fase en la que se encuentren. Hay otras en las que vemos tan solo el reflejo de mares secos, montañas deslavadas, posibilidades extintas, de malas decisiones, de enojos absurdos. Estas lunas, aunque brillen en toda su intensidad, están vacías. Yo quiero mis días llenos de lunas llenas y, sin embargo, cuando miro hacia atrás agradezco las vacías. Fueron ellas las que me enseñaron mi fortaleza, en su reflejo me vi completa, en su vacuidad encontré mi plenitud, me vi luminosa, me descubrí capaz de sortear la turbulencia y seguir. En una luna vacía encontré que las letras siempre me acompañan. En la oscuridad del cielo sin astro pude leer los mensajes de las estrellas, quizás más lejanas pero desbordadas de posibilidades. Cuando decidí que no iba a apegarme a su luz, logré entender que soy parte de un universo mucho más absoluto y mío y enorme. En el reflejo de las lunas vacías descubrí el miedo que paraliza, el rencor que envenena, la mediocridad, las amenazas y la inseguridad que corroen la esencia y la encharcan. Y supe que nunca quiero estar ahí.

Así como la luna llena va menguando, así desaparece el dolor de aquello que no es, porque no tiene que ser. Así como la luna se va llenando, así crece la alegría del porvenir.

Transito las fases de la luna con el profundo agradecimiento de saberme a veces llena, a veces vulnerable, en ocasiones débil y quizás asustada, pero siempre, siempre llena.


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