LIBROS

 

No se decide ser escritor porque sea muy glamoroso, ni porque pague bien. Escribes, porque, como dice Rilke, no te queda más remedio.

            Me di cuenta que era escritora cuando todo lo que hacía sentido en mi vida se convertía en palabras, cuando todo lo que definitivamente no hacia sentido, terminaba de igual forma en algún texto. 

            Entonces se convirtieron en tinta mis amores de primaria. Mis sueños de secundaria, mis frustraciones y deseos, mis más profundos secretos se tornaron en personajes, mis anhelos más absurdos se hicieron realidad en una hoja de papel.

            Y sigo escribiendo. Salen de la computadora cuentos, que dejan de ser míos cuando son de todos.  Pero en cada palabra, en cada letra, hay un pedazo de angustia,  de felicidad, de antojo, de naufragio, que alguna vez fueron parte de mi piel.

            Y sigo escribiendo. Se juntan cuartillas de historias que ocurrieron en otro siglo.  Personajes que se enamoraron en otro lugar, en algún tiempo y espacio que no conozco y que, sin embargo, es mío porque yo lo plasmé en esa hoja.  Emergen historias que no son, pero podrían ser. 

            Y sigo escribiendo, porque sigo viva, y lo único que le da dimensión a mi vida es la escritura. Sólo soy real cuando me puedo inventar en algún personaje, cuando mi grito de frustración se vuelve texto, cuando el placer se vuelve poema, cuando las posibilidades, las infinitas posibilidades, están en la combinación de las letras, de tres o quizás cuatro letras que a veces dicen odio, a veces lágrima, o imploro y a veces... a veces no dicen nada pero ahí están listas para decirlo.

            ¿Por qué escribes? me preguntaron.

Escribo porque simplemente no me queda más remedio.