FLUIR...

Cada día, en la vastedad de un mundo que lo tiene todo, necesito recluirme en mí, para recuperar mi esencia. Y es que a veces me pierdo en las falsas promesas del ego que me grita, me empuja, me convence de dejarme llevar por el miedo, los celos, la duda. Las apariencias son, si nos descuidamos, mucho más poderosas que la realidad, porque aquello que es cierto está escondido en algún recoveco del corazón, y él no grita, él tan sólo susurra esperando a que nos callemos para poder escuchar.

Cuando fluyas entenderás que el sendero es así, una vereda que te guía, te acompaña, te abraza. Es fácil. No genera angustia, ni nos hace llorar (a menos que sea de agradecimiento o de risa). No tienen que haber piedras, ni desgarres, ni astillas que se clavan en la certeza y la desmoronan. No existen las amenazas ni el abandono, no hay condiciones, porque la única condición es fluir. Fluir junto a otro, fluir solos…

El miedo a perder nos pierde, el miedo al dolor nos duele, el miedo a amar por completo nos hace amar a medias. Así es: lo que más tememos se vuelve real, porque escuchamos más su voz pegiostosa y venenosa, que las palabras de una evidente verdad que por luminosa a veces nos deslumbra..

Soy. Soy esa que se puede volver por algunos segundos una postura de yoga y desde ahí escuchar el absoluto. Soy, la que se puede perder en los brazos correctos y también en una gordita de chicharrón. Y lamer unas lenguas de gato y convertirlas en algún escalofrío compartido. Soy la que sabe que cuando algo es, podemos empujarlo al vacío del silencio, pero seguirá siendo. Y cuando queremos creernos las mentiras que tanto nos contamos, podremos hacerlo un rato, hasta que las nauseas nos hagan vomitar la verdad.

Soy. Soy cuando se escurre una lagrima de agradecimiento por un instante eterno que me lleva al infinito. Y soy cuando entiendo que nadie puede decirme quién soy, ni cómo debo ser, ni qué debo pensar.

Soy en la devoción de cada instante que me enseña mi esencia y, entonces, en esa esencia, realmente soy.