FINALES
- TAMARA TROTTNER
- 20 may 2016
- 2 Min. de lectura

FINALES
Los finales, las despedidas, los nunca más. El adiós… ¿existen?
¿Son tan sólo con la muerte o hay muchas minúsculas defunciones que conllevan sus propios renacimientos?
Si la vida fuera lineal ocurriría tan sólo un inicio y después la nada. Y, sin embargo, cada día muere al caer el sol y cada luna promete nuevas estrellas y cada amanecer puede ser el primero y cada noche ser oscuridad… o ser tan sólo el resuello de un nuevo comienzo.
Hay momentos que sabemos efímeros y es su fugacidad la que los torna preciosos. Instantes que presentimos, ansiamos, vivimos con el cuerpo, el alma, el aliento, el sudor y la perfecta alineación de cada célula del cuerpo… y después dejamos ir con la deliciosa certeza de sabernos bendecidos por haber estado ahí.
Hay otros que pensamos eternos… los plantamos con la convicción de que los veremos crecer como Robles, inmensos, inamovibles, sólidos, protectores. Y, generalmente nada lo es. Los parasiempres se tornan rancios, las intenciones se embruman, las promesas se diluyen… no es culpa de nadie, es sólo que así sucede. Si tratamos de detenerlo nos van a sangrar las manos y quizás el anhelo. Jamás vamos a retener lo inasible, y todo lo es. No se puede contener el viento, no se puede sostener una ola, no existe un atardecer perene, no hay eteno, no existe.
Cada adiós, cada final, cada instante que concluye trae la promesa de un principio. Supongo que incluso la muerte, no lo sé y, en realidad, no me importa. Hoy me atañen los inicios. Hoy me pertenecen las sonrisas que vienen, los besos que esperan ser besados, los brazos que están listos para abrazar, los ojos que miran con la profunda certeza de saberse mirados, con la misma profundidad, con igual entrega, sin esperar nada a cambio más que la luz eterna que contiene lo efímero. Y un beso siempre lo es.
Siempre termina lo que debe terminar. Se va lo que nunca estuvo. Sólo se aligera el recorrido al no llevar a cuestas la pesada carga del apego.
Si logramos dar cada paso celebrando la vida por el simple hecho de estar vivos. Si, además, entendemos que sólo es lo que tiene que ser, podremos despertar cada mañana diciendo gracias y, al cerrar los ojos, abrazar desnudos la simple y profunda grandeza del universo.
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