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¿ENCERRADO?


Hay historias que nos mueven el eje. Historias contadas en libros o en películas, personajes que al reflejarnos nos permean… algo nos dicen, nos mimetizamos con el sufrimiento, alegría, pasión, dolor de seres ficticios que entre las líneas de un libro o en una pantalla nos hablan al oído y nos dicen: ¿sí lo ves? ahí estas.

El Cuarto… desde que leí el libro me estremeció. La película me deja hoy con un aliento pesado y algo así como un escarabajo en la garganta que sube y baja, y raspa y duele. ¿por qué?

Por supuesto que la historia en si conmueve, pero entiendo que mis latidos fuertes y rápidos y esas lagrimas que escurren caprichosas van más allá.

Un ser que nace entre cuatro paredes y las convierte en todo su universo. Ahí, en esos veinte metros cuadrados, lo tiene todo y sí, es feliz.

Al salir del cuarto se viene como tsunami un mundo enorme, ininteligible, fascinante y amenazador. Los lectores decimos, que bueno, logró salir, ahora sí ya va a ser feliz… pero la realidad es otra, porque la felicidad no llega a todos de la misma manera y, porque resulta que a veces nos creemos más felices cuando no tenemos opciones, cuando nos vemos envueltos en la seguridad de cuatro paredes, a veces físicas, generalmente emocionales.

Optamos por vivir en un cuarto, en ese cuarto que todos nos construimos para sentirnos protegidos, apapachados, fuertes, importantes… vivir en el confort que da la certeza de que nada nos va a mover el tapete, nada va doler, nada va a lastimar… ahí donde las emociones están perfectamente controladas.

La tan mentada zona de confort.

Cuartos a los que nos metemos voluntariamente, cerramos la puerta y tiramos la llave… dogmas, instituciones, limitaciones ridículas de religiones que controlan con miedo y amenazas, porque si te sales del cuarto caerás directamente en el fondo del infierno.

Las paredes que elevamos, piedra a piedra, porque amar no es fácil, porque la traición nos resquebraja el aliento, porque la pasión es prohibida, porque a veces duele, duele muchísimo y, como ratones heridos, nos metemos en un agujero. Mejor nos quedamos quietos adentro de la madriguera, para que ya no lastime.

Cuartos construidos por obligación, por miedo, por dolor, porque salir al sol puede ser cegador, puede quemar. Es inminente, va a quemar. Es imposible vivir una enorme luz sin sentir que de pronto nos ciega y confunde… y, sin embargo, elegimos seguir ahí, porque para algunos la oscuridad no es opción.

Y sí, como aquel niño de la historia, algunos pueden ser felices encerrados en el espacio delimitado por sus inseguridades, por sus dudas, por las reglas, por los fundamentos, porque es cómodo, es seguro, es fácil vivir en un lugar en el que nunca hace frio, ni calor, en el que todo es predecible, en el que nunca habrán lamentos de dolor, pero tampoco gemidos del placer que nos lleva otras dimensiones.

Otros… otros rompemos las paredes… salimos aunque las heridas estén aun a flor de piel, retamos al espejo que nos dice mejor no te quemes, mejor busca rápido una cobija y un cuartito que te contenga. Cada uno de nosotros construye su propio cuarto… todos lo hacemos, la cuestión es decidir el tamaño. Después de todo la vida empieza y termina adentro de nosotros, tan sólo habría que saber si queremos que esa vida transcurra en las aguas calmas de la bañera, o entre las olas impredecibles de un mar bravío.


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