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Soltando el año....

Soltar….

Cada día empieza un nuevo año y, sin embargo, el 31 de diciembre es especial… tal vez porque solemos volcar en él las intenciones, las esperanzas, las despedidas y la añoranza de lo que vendrá… Cada año que se va, contiene un mantra que lo define, que lo envuelve y lo despide…

Hoy, mi mantra es soltar. Soltar el pasado para que permanezca intacto, sin borrones, sin taches, sin manchas. Soltar el futuro para dejarlo nacer sin expectativas, sin miedos, sin límites. Soltar a los seres que más amo en la vida y, al soltarlos, retomarme completa. Soltar lo que otros esperan, soltar lo que quiero que crean, soltar la búsqueda de lo perfecto y abrazar el instante imperfecto que me llena el aliento.

Al analizar el año que se diluye en lo que será muy pronto tan sólo la bruma del recuerdo, entiendo que fue mar, fue nube, fue una piedrita, fue puesta de sol y fue tempestad. Fue un amanecer que pareció eterno… para tornarse, demasiado pronto, en el arrebatado torbellino de la incertidumbre. Fue a veces promesa y después sólo aire. Fueron rayos en una tormenta que me abrazó, fueron puños apretados para contener el dolor, y abiertos para permitir el vuelo.

Despido el año con las manos unidas en mi pecho. Lo despido con un Namasté, “la chispa divina que hay en mí reconoce la chispa divina que hay en ti”… Agradezco cada día esa luz divina que me da certeza y rumbo... aunque a veces lo olvido y entonces me azotan los latidos de un corazón que este año decidió reclamar la intensidad de mis emociones y se ha puesto a dar de brincos erráticos y acelerados…

Despido el año respirando, exhalo las emociones dolorosas, los apegos, exhalo los momentos en los que tuve que meterme a una regadera a llorar, para que el agua intentara diluir la ausencia, el miedo, la duda, la zozobra. Inhalo la paz que me da saberme parte de un plan cósmico perfecto, fascinada al saber que cada paso me ha traído hasta este lugar en el que soy yo, y me gusta quien soy.

Despido el año diciendo gracias… GRACIAS… en mayúsculas… agradezco los días soleados y las risas y la complicidad de mis seres que comparten el andar por un sendero. Agradezco esas tardes de vino tinto y confesiones. De apapachos y regaños, de mensajes de amigos que se toman el tiempo, porque ellos son la constante en un mundo que no lo es. Agradezco, tal vez con más fuerza, las situaciones, los momentos que me laceraron la paz interior, que me confundieron y retaron, agradezco que su presencia me haya obligado a sacar fuerzas de un cuerpo que pretendía hacerse bolita y buscar desaparecer entre los pliegues de un tiempo que quisieramos que todo lo borre… y no, no borra nada, y sigue doliendo, y de todos modos hay que izar las velas y seguir y seguir hasta que se diluya lo que pesa y sólo quede aquello que realmente nos pertenece. Nuestra luz. Nuestra esencia.

Cada mañana empieza un nuevo año. Cada día en el que amanecemos con vida, se traza el trayecto posible, para llegar, al atardecer, a la hora en la que sólo se dibujan siluetas, encaje de ramas y viento, luz suspendida entre las hojas. Hoy es la hora de las siluetas de un año que se despide y yo lo suelto entre la luz diáfana del ocaso…suelto…suelto…


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