AGRADECERLO…TODO

Que fácil es agradecer lo agradecible… estar vivo, de entrada, porque sin eso pues ya todo lo demás no cuenta. Si además estas sano, si amas y te aman, si duermes calientito, si abrazas con facilidad, si de repente te robas un beso…. ¡GRACIAS! Habría que tener cada instante esa palabra en aquel lugar dedicado a sentir profundo y claro… cualquiera que éste sea. Eso es fácil. Tendría que serlo.

Lo difícil, y lo más importante, creo yo es agradecer aquello que no resulta un regalo evidente, un milagro, una bendición.

Agradecer la tristeza…la profunda tristeza, esa que cala las entrañas y parece chupar nuestro aliento. Porque sabernos tristes es, generalmente, reflejo de algún momento en el que la felicidad fue contundente y absoluta, y pensábamos, permanente.

Pero nunca lo es. Ni la luz ni la oscuridad permanecen. Ya lo dijo el Rey Salomón mostrando su anillo mágico “Esto también pasará”… Y agradecemos cuando lo doloroso se disipa, pero no tenemos la intuición de agradecer cuando la alegría se desvanece, porque sentimos que nos han castigado, que caemos de bruces en un fango que nos toma del cuello y nos hunde. Y, sin embargo, la única forma de tener momentos sublimes es dejando que desaparezcan aquellos que se han desgastado, aquellos que son tan sólo espejismo, aquellos que nos hicieron creer… dejarlos ir, abrir el puño, permitir que resbalen por la memoria del pasado para dar paso a otros nuevos y relucientes. Queremos la felicidad permanente en un mundo discontinuo en el que lo único que es real es el cambio, ese que empieza en cada célula de nuestro cuerpo y se eleva en una espiral hasta los confines mismos de un universo que se mueve y se transforma segundo a segundo.

Difícil agradecer el dolor aunque sea la forma de entender la vida.

Difícil agradecer la ausencia aunque sea la añoranza de un quizás.

Difícil agradecer a quien nos traiciona, aunque es su bruma la que nos permite ver la luz de aquellos que están ahí, como faros, esperando el regreso del barco a la deriva.