MIEDO...

Y de pronto el miedo.

Una serpiente.

Entra por los recovecos de la incertidumbre, desgarra a su paso el amor, la confianza, la cordura.

El mas insensato de los sentimientos, la emoción más corrupta porque viene de un futuro inexistente y siempre lóbrego.

Nos da miedo la orilla del acantilado aunque quizás es desde ahí donde podremos volar. Y no nos atrevemos a extender las alas… damos pasos hacia atrás, nos plegamos, nos escondemos abajo de una piedra.

El miedo podría ser un trampolín al más profundo aprendizaje, si logramos vencerlo, si podemos lanzarnos, con los ojos abiertos al acantilado de remolinos oscuros generados por la incertidumbre… podríamos, estoy segura, aprender y ser mejores. Pero el miedo que paraliza no permite abrir los ojos.

Las más grandes batallas se han perdido por miedo. Batallas interiores, orugas que se quedan siendo capullo, por no atreverse a romperlo y extender las alas.

Y, más triste aun, las más grandes historias de amor que perecen ante aquel que disfraza el miedo con la falsa seguridad que da alejarse.

El miedo rompe, ahoga, destruye… paraliza. Paraliza. Paraliza… y dejamos de ver la belleza de un mundo que existe para nosotros, con todas sus posibilidades.

Es quizá el amor el antídoto del veneno. Pero tendría que ser un amor enorme, valiente, sin dudas… un amor dispuesto a esperar, dispuesto a ceder, ávido de existir como la única opción. Un amor que cree en la existencia de un alma que le corresponde porque no existe otra que puede llenar sus ansias, completar su pasión, entender su mirada y cumplir su misión…

y esos amores son pocos.