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ME PREGUNTO… EL DESAPEGO

  • Tamara Trottner
  • 29 ago 2015
  • 3 Min. de lectura

Cada vez escucho más la palabra desapego…

Aparentemente debemos desapegarnos de todo para ser felices. En una actitud absolutamente zen, hay que liberarnos de las cosas que nos amarran al mundo terrenal, para así elevar la conciencia… ¿te suena? Me lo dicen en yoga, me lo recuerdan los libros de autoayuda, lo escucho en la radio… y cada mañana me propongo desapegarme, aunque sea un poquito.

Me rayaron el coche… ommmmmm …. Es sólo algo material, déjalo ir…. Me robaron la cartera… respiro, respiro, respiro…. No pasa nada… mi amigo me hizo una jalada…. Es su proceso, a mí nada puede lastimarme… Estoy convencida que el concepto de desapego es correcto, pero de pronto parece imposible lograrlo. Me enoja el rayón, me ofende el robo y la traición de mis seres queridos me duele tanto que me cuesta trabajo respirar.

Desapego de nuestros amores más profundos, para ser sólo nosotros sin que nuestra felicidad dependa de los demás. Es decir, si te vas, pues vete. Si llegas pues llega, si me amas que bueno, si no me amas me da igual. No me afecta si estás y tampoco si desapareces. Si hoy tengo cobijo y comida, me tapo y como, si no los tengo pues dormiré bajo la lluvia y con hambre. Me cuentan la historia de Diógenes, considerado el hombre más feliz del mundo, un día Alejandro Magno pidió conocerlo, había escuchado de este ser que vivía en un tonel de madera y cuyas únicas posesiones eran un manto, un bolso, un bastón y un cuenco. Cuando el gobernante le ofreció hacer por él cualquier cosa, Diógenes lo miró fijamente y le dijo: Señor, si realmente quiere hacer algo por mí le ruego que se mueva un poco a su derecha, porque me está tapando el sol.

El hombre más feliz del mundo, quien hacia el final de su vida tiró el cuenco, porque se dio cuenta que se puede beber desde la concavidad de las manos, como la mayoría de los grandes filósofos, pensadores y monjes nunca se casó, no tuvo hijos, ni amores. Vivía de aquello que le daban, con lo mínimo necesario para satisfacer hambre y sed. ¿Se puede vivir así? Por supuesto que sí se puede ¿quiero vivir así? Mi respuesta es no, simplemente no sabría cómo. A mí me gusta vivir rodeada de mis amores, locamente enamorada de la vida, de ms amigos, de mis letras. Me gusta estar calientita, abrazada por una cobija o mejor aun, por unos brazos entrañables. Entiendo el concepto de desapego, lo entiendo y lo añoro cuando alguien duele tanto que el dolor parece rasgar las entrañas mismas del alma. Entonces me digo: hay que desapegarse, no vale la pena sufrir, es ridículo querer tanto… Desapego para que nuestra felicidad no esté sujeta a los demás, desapego de nuestros amores más profundos… y de inmediato vienen a mi corazón mis hijos. ¿Desapegarme de ellos? Así es, me responden, no necesitarlos, no depender de su felicidad para ser feliz, no querer ser parte de sus vidas y que ellos estén metidos hasta la médula misma de mi existencia… y, entonces, me doy cuenta de lo terrenal, poco elevada y banal que soy. Simplemente no concibo la vida sin esos seres que le han dado sentido y rumbo a cada uno de mis pasos por más de la mitad de mi existencia.

Esta bien, supongo que son pasitos, pequeñas conquistas del ser. Puedo hoy alejarme de algunas cosas, dejar ir a quienes prefieren volar, girar la mirada hacia adentro, no entregar más de lo que otros pueden recibir… puedo desapegarme de a poquitos.

Suelto, lo mas posible. Entiendo o al menos trato de entender. Amo con todo lo que soy y después, en el acto más zen que puedo alcanzar, suelto y razono que cada quien, cada momento, cada día es un proceso individual.

Entonces, respiro.


 
 
 

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