NIDO VACÍO
- Tamara Trottner
- 4 may 2015
- 3 Min. de lectura
El nido vacío.
La imagen duele.
Paja reunida con cuidado, palitos y plantas secas cargados con esmero desde lugares remotos, para constituir un lugar tibio, suave y seguro en cual los delicados huevos podrán transformarse en bellos pajaritos.
Cuando los pájaros llevan en su pico una rama tras otra, una varita colocada con cuidado sobre las demás ¿pensarán tan sólo en el momento en el que van a empollar ahí a su futura familia? ¿Vendrá a su mente el momento en el que los retoños vuelen y el espacio sea ya demasiado grande?
Yo tenia 24 años…
Ellos fueron el resultado natural de un camino que no me cuestioné.
Estudias. Te casas. Tienes hijos.
Tuve la suerte de poder dedicar todo mi tiempo y toda mi atención sólo a ellos. Mis mañanas eran de cantos en Trepsi, Mis tardes de clases de ballet o karate. Mis fines de semana, teatro infantil, mis viajes momentos para descubrir juntos el mundo. Y sí, descubrí el mundo caminando de su mano. Un mundo de carcajadas, de sorpresas, comidas exóticas, museos, paisajes… un mundo tanto mejor porque en él estaban sus miradas asombradas y sus mentes ávidas de aprender.
Lloré cuando ellos se rasparon una rodilla, o cuando alguien les raspó la alegría. Grité de emoción cuando ganaron algún torneo. Me volví la más experta en cada una de sus actividades. Todas las reglas de un torneo de karate, las jugadas de un partido de futbol americano, las partes de una célula y las capitales de África… todo se hizo mío, por ser de ellos.
¿Les habré enseñado lo suficiente? Traté de leerles para que amaran los libros, de acariciarlos para que amaran el cuerpo cercano, de mirarlos a los ojos y escucharlos, para que sean empáticos. Les dije una plegaria cada noche, al pie de su cama, para que se sintieran protegidos. Cada día de su vida les he dicho cuanto los amo y cuanto los admiro, para que ellos sepan amar con toda la fuerza del alma que se entrega sin tregua, sin cuestionamiento, sin duda alguna.
Los regañé. Poco… nunca necesitaron más que un tono de voz un poco más elevado para corregir el rumbo. Voy a contar hasta tres, les decía cerrando los ojos… y escuchaba sus piececitos alocados corriendo a la cama, a la tina, al camión de la escuela…nunca pasé del dos.
Año con año fueron caminando con más seguridad… primero los cargué, después les di la mano, fuerte y los levanté en cada caída. De pronto, los vi caminando solos, con la seguridad que da saberse en el camino correcto, en la dirección buscada, con las herramientas necesarias para llegar lejos, para llegar alto.
Hoy los veo llegar a horizontes que yo jamás imaginé. Son ellos, a pesar de los otros, son ellos con la firmeza de sus creencias, con la certeza de ser ante todo seres humanos.
Por suerte todo lo que les enseñé se quedó por ahí, tan sólo como un esbozo, como un guiño de sabiduría poco sabia.… porque hoy leen libros que yo no entiendo, hoy aman con libertad, con naturalidad, sin prejuicios y sin miedo. Hoy son parte del mundo, del cosmos, del universo… dejaron a un lado las limitaciones del dogma y son empáticos con la humanidad. No dicen plegarias, porque se sienten protegidos por su conocimiento, por su fuerza, por su esfuerzo. Saben amar sin perderse, siendo honestos con ellos mismos para poder después ser parte de alguien más.
Sí. El nido vacío duele porque de pronto queda grande el espacio y el futuro se ve un poco fragmentado… pero es más grande la emoción de verlos tan luminosos, tan grandes, tan seguros.
Me limpió las lagrimas… respiro y agradezco desde lo más profundo de mi ser el saber que a pesar de todo, y para siempre, voy a ser su mamá.
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