¡SALVATE!
- TAMARA TROTTNER
- 20 oct 2013
- 2 Min. de lectura
Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”
Pablo Neruda
¿Qué nos salva de la vida?
Cuando era muy muy joven, quizás una niña, escuché algo similar. Salvarse de la vida… de la vida que se sufre, de la difícil y tormentosa existencia. Entonces, con un vestido que enseñaba los calzones, con un calcetín caído y las rodillas raspadas, ignoré la frase y me salí, probablemente a patinar con mis amigos a las calles de Virreyes.
¿Tormentosa la vida? Habré pensado… ¡pues si es padrísima! Es cierto que algunos maestros se pasan de payasos y que de pronto alguna compañera nos molesta. Pero de ahí a que sea doloroso vivir… no lo creo. No lo creí.
Sigo sin creerlo. Hoy, cuando a veces acostada en shavasana siento como me escurren las lágrimas e inundan mis oídos. Hoy, cuando de pronto miro por la ventana y pienso: Estoy agotada… hoy, cuando a veces las cosas no cuajan como yo quiero, cuando el futuro se diluye en incertidumbres, cuando no todo es tan rosadito como a los doce años, hoy sigo creyendo que cada instante vale la pena y que cada situación tiene una razón de ser.
Somos esa suma de momentos que a veces nos astillan y otras nos encumbran a esferas asombrosas de luz. Somos los gritos desesperados y también los gemidos intensos. El líquido de una lágrima y el de una lengua.
Somos un poquito de cada ser que ha tocado nuestra vida, de un modo u otro. Algunos dejan una marca profunda, abolladura o destello. Algunos dejan sólo luz. Y sí, otros dejan oscuridad y un sabor rasposo. Pero cada uno va siendo parte de lo que somos.
Hoy entiendo que cada paso que he dado ha sido en la dirección correcta, porque no hay caminos equivocados, sólo algunos más espinosos y otros más livianos. No existen mapas para encontrar aquéllos que son fáciles y, además, generalmente es en los pedregosos en los que aprendemos a escalar más alto, a luchar con los dientes y las uñas por lo que deseamos desde lo más profundo del alma… es en esos en los que nos damos cuenta de que podemos, porque no podemos no poder.
¿Somos más felices cuando flotamos en aguas tibias o cuando damos tumbos sobre la cresta de una ola? La diferencia, diría Neruda, radica en estar o no enamorados. Si estamos en el ojo de un huracán abrazados a la boca que nos besa el aliento y a unos ojos que nos saben mirar, entonces somos felices.
Si estamos entre las brazas hirvientes de la ausencia. Si vivimos con la incertidumbre de lo que pensamos que era la única verdad. Si lloramos hasta inundar nuestros oídos, pero lo hacemos desde el amor… entonces, diría Neruda y también, humildemente, digo yo… estamos salvados.
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