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¿QUÉ ESTAMOS ESPERANDO?

  • TAMARA TROTTNER
  • 20 oct 2013
  • 4 Min. de lectura

Mi gente, con quienes coincidí al principio del camino, (ese que ahora comprendo que te marca, te moldea, y nunca sale de tus entrañas)… ellos están a punto de cumplir cincuenta años. Uno más uno menos, pero todos estamos entrando a esa etapa de la vida en la que sabemos, queremos y podemos.

Hoy sabemos que nos hemos equivocado, incontables veces. Y entendemos que cada error nos regaló algún aprendizaje. Si lo supimos tomar, si percibimos la enseñanza, si supimos aceptar con humildad nuestro error, entonces cada equivocación fue un escalón hacia convertirnos en mejores seres humanos.

Sabemos también que nos vamos a seguir equivocando. Pero hoy ya no tenemos miedo de hacerlo. Es más, quizá queremos cometer algunos errores porque sólo así podremos encontrar nuestro verdadero camino. Sabemos pedir perdón. Sabemos perdonar.

Hoy hemos depurado a las personas que ocupan nuestro ser. Son muchos los que rodean nuestro día a día. Muchos que están de rebote, de relleno. Pero hay un puño, un puñito de seres que están en nuestra piel y en nuestra esencia. Poquitos. Los que realmente quieren estar y celebrar junto a nosotros nuestra luz, nuestro crecimiento, las pasiones que nos rebasan, los miedos que a ratos nos toman del cuello y aprietan. Hoy podemos decidir con quién queremos compartirnos. Y sí, hay compromisos sociales, hay obligaciones, habrá fiestas a las que no queremos ir y charlas que nos aburran. Pero nuestra esencia sólo la abriremos a aquéllos que hemos optado por convertir en los compañeros del resto del viaje.

¿Para siempre? A estas alturas ya sabemos que la vida abarca un tramo demasiado largo como para contener un para siempre. Entendemos que la vida es constante cambio. Queremos fluir en ese cambio y estar alineados a la luz. Movernos hacia los rayos que atraviesan las nubes y fundirnos en ellos. Y que nos acompañen los seres que pueden entenderlo.

Cuando mi luz se une a la de otro ser luminoso la explosión es tan fuerte que aturde a algunos. Hoy opto por seguir en la claridad y que los aturdidos decidan qué quieren hacer. Hoy sabemos que podemos apoyar, ser empáticos, consolar, pero la vida es individual y cada quien es responsable de la forma en la que decide vivirla.

A lo largo de los años he acumulado objetos, personas, pensamientos, creencias, juicios que pesan. Hoy sé que si quiero volar tengo que tirar aquello que me ancla al suelo. Tenemos las alas para hacerlo. Duele. También lo sé. Pero duele más quedarse varado.

Mis amigos no son perfectos. Pero yo soy mejor cuando estoy junto a ellos. Mis AMIGOS son muy pocos y por eso sé que cuidarlos es tan importante como cuidarme a mí. Quiero seguir viviendo junto a la complicidad de aquéllos que me escuchan, que se preocupan, que sonríen y me aceptan sin juzgar. Que dicen se feliz, yo te apoyo. Y disfrutan junto a mí las delicias que la vida nos regala, y comparten conmigo sus inquietes, sus miedos, sus pasiones. Porque hoy sabemos que al compartirlas (con quienes valen la pena) se vuelven más nuestras.

Me quiero reír. Me quiero reír a carcajadas, con la boca abierta, con lágrimas que me corran el rímel y me termine doliendo la panza. Ya no quiero personas que llenen mi vida de drama. La vida misma se encarga de salpicarnos con la dosis que nos corresponde. Y sí, también el dolor es aprendizaje. Pero no quiero en mi vida personas que oscurezcan mi alegría. Hoy podemos decidir con quien estar, a quien abrazar y permitir que nos abrace. Tener conversaciones profundas y otras absurdas, pero que sea por decisión y no por obligación. Quiero abrirme sin máscaras ni poses, quiero estar rodeada de seres que entiendan que la felicidad es una opción. Y que la tomen.

Mi verdad es la mentira de otro y sé no hay un solo camino. Las diferencias de los demás siempre me van a enriquecer. No tengo que estar de acuerdo, pero tampoco ellos tienen que entenderme. Quiero respetar la diversidad y ser aceptada en ella. No voy a pasar ni un minuto de mi vida tratando de convencer a otros de que yo tengo la razón.Porque además, generalmente, ni siquiera estoy tan segura.

Un buen libro. Transportarme en la música. Ver una película que me haga llorar y muchas que me hagan reír. Leer una revista de moda, si se me antoja, o una novela de Kafka, porque me apetece. Comerme tres y cuatro chocolates y un helado a deshoras… puedo. Porque entiendo que siempre nos arrepentimos más de aquello que se quedó en el tintero que de las cosas que decidimos atrevernos a hacer.

Sé que voy a llorar. Sé que habrá momentos en los que sienta que me derrumbo. Comprendo que tendré que vivir tristezas y pérdidas. Eso es parte de este juego. Hoy sé que hay que vivir las pérdidas, lamernos las heridas, hacernos rollito y meternos a la cama y después optar por la vida. Siempre.

No sé cuanto tiempo de vida me queda. Lo que sí sé es que los años que se devienen deben terminar hachos jirones, usados, empapados, chorreados, desteñidos por el sol. Los años que nos quedan deberán ir fluyendo uno a uno entre lunas y Venus, entre amaneceres compartidos, olores que transportan y sabores que transforman. Mariposas y flores y asombros. Cada año debe terminar completamente agotado, porque nunca nos detuvimos, porque besamos sin pausa, amamos sin muros, nos reímos sin límite, nos entregamos completamente cada minuto de los 365 días. Si quedan días a medio usar, si queda tiempo vació, si dejamos sonrisas sin entregar o besos sin dar o abrazos contenidos, entonces el tiempo habrá sido tan solo una medida y no la vida misma. Nuestra única vida.

Hoy, estamos en esta edad.Esta edad en la que sabemos, queremos y podemos… y, entonces ¿qué estamos esperando?


 
 
 

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