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SHSHSHSHSHS

  • TAMARA TROTTNER
  • 7 feb 2013
  • 3 Min. de lectura

Me siento, en silencio. Entonces comienzo a percibir. Primero todo lo que sucede afuera, a veces bello como las olas de un mar que no se detiene, y que, ola tras ola, murmura palabras sabias para quienes saben escuchar. Percibo el viento, la brisa, los gritos de algún niño… y después me empiezo a escuchar a mi misma.

Algunos silencios son más callados que otros. Algunos silencios gritan.

Los silencios de un novelista son espacios que llegan después de un punto. Los hay más prolongados, cuando empieza un nuevo párrafo o un capítulo. Cuando el escritor ha decidido que todo lo que tenía que decir ya está dicho, entonces viene el punto final. Pero eso no significa que la historia termina. Pienso, por ejemplo, en los padres de Romeo y de Julieta ¿Habrán recapacitado? ¿Se habrán vuelto amigos en el dolor inexplicable de la muerte de un hijo? ¿Qué hizo Plácida después de enterrar a Santiago? Tan anunciada su muerte, tan inevitable. ¿Regresó alguna vez El Principito a visitar a la zorra? ¿Siguió Sonia amando a Raskolnikov aún en Siberia? Un escritor puede romper el silencio de una hoja al colocar las primeras letras… y, después, lo que suceda no le pertenece, nunca podrá silenciar aquello que creó.

Y sí, a veces, los lectores quisiéramos pedirles No te calles, no ahora. Sin embargo, al dar vuelta a la última página permanece aquello que nosotros decidimos inventar. Me rehúso a aceptar que los tiburones devoren el pez del viejo. No quiero que Gregor Samsa muera solo y abandonado. Definitivamente no quiero que la serpiente muerda al Principito. Y, sin embargo, los autores decidieron poner ahí un punto final. Silencio. Tristeza.

En música el silencio es una nota que no se ejecuta y tiene su propio signo. Esas pausas son espacios que nos llenan de anticipación, angustia, deseo… Respiran los violines, imploran las cuerdas y, después, callan. Casi al final de su Adagio, Albinoni hace una pausa, apenas perceptible, suspira. Tan sólo tomar aire para seguir soportando lo insoportable. Para gritar.

En 4´33”, el compositor John Cage propone una obra experimental que consiste en 4 minutos y 33 segundos de silencio. El compositor aclara que fue compuesta para piano, es decir, alguien se sienta frente al teclado y no lo toca durante el tiempo establecido. ¿Será realmente silencio o música creada por el que escucha, siempre distinta, pero música al fin?

Hay tantos y tan diferentes silencios que pueden llegar a ensordecernos. La espiritualidad del silencio, el derecho al silencio, el que ofende, el que acompaña, el que dice mucho más que las palabras y el que puede dejar mudo de tristeza.

De pronto queremos inundarnos de las voces del otro. A veces queremos escuchar su silencio que nos otorga la palabra. Aunque divaguemos. Y, después, callar juntos, en complicidad.

Hay otro, el temible silencio obligado, porque no se autoriza decir, porque es peligroso. Ése de quienes son callados a fuerza de amenazas, de golpes, de armas. Ese silencio que retumba porque sabemos que debe aniquilarse y, a veces, no se puede.

A veces mis silencios se llenan de universos paralelos. Cuando simplemente no hay palabras y, entonces, callas para dejar escurrir el agradecimiento… Me gusta el silencio, porque ahí, en esa pausa, cabe la complicidad, la entrega, el entendimiento. Me gusta el silencio porque, a un escritor, lo único que le sirve para crear es una página de silencios que, letra a letra, construye la solitaria posibilidad de ser. A gritos de tinta.


 
 
 

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