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¿ALCANZA?

  • TAMARA TROTTNER
  • 26 nov 2012
  • 2 Min. de lectura

Ser felices es una decisión que debemos tomar en conciencia y, después, trabajar en ella día a día… segundo a segundo. Lo sabemos.

Sabemos que la felicidad está rodeada de lugares comunes que no por eso son menos ciertos. Y creo que de un modo u otro todos tratamos de encauzar la mirada y los pasos hacia la luz de algún túnel.

Sí. Todos queremos ser felices, eso es claro.

Pero tengo dudas de la forma en la que funciona la felicidad. Por ejemplo: ¿es acumulable?

Si un día (o varios) somos tan tan felices que la alegría se desborda, ¿podríamos decidir guardar un poco para después?

Reservar la que se escurre por la espalda, la que cubre las pupilas, la que empapa…

Acumular esa que brota a borbotones cuando las carcajadas por no me acuerdo qué, y las lágrimas por no me quiero acordar… Guardarla en algún recipiente de nuestro cuerpo (lo imagino como una vasija que en medio de las costillas, ahí donde se unen mis manos cuando digo namasté)

La alegría que nos sobró ese día que fue tan mágico que tuvimos que pellizcarnos para comprender que era real. La que se recoge en borlas suavecitas después de un beso irrepetible que se besa una y otra vez. La que explota en un único y perfecto destello de luz compartida.

Guardar en el recipiente toda esa felicidad desbordada, para usarla uno de esos días en que la ausencia es tan presente. Untarla en el cuerpo tembloroso lleno de algún no te quiero. Acariciar con ella esos días que duelen, que huelen feo, que nublan y pesan. Los días en los que no hay luz y no hay túnel y las horas aprietan y se estiran, larguísimas, lejanas…

Beberla a sorbos, o con tragos enormes cuando sentimos que el sol no se pone, aunque oscurezca y la luna es sólo luna y Venus apenas una estrella. Y parece sólo existir la ausencia. Y duele.

Poner unas gotas de felicidad en los ojos que no logran ver el por qué de un silencio.

¿Podemos sanar la aspereza que se acumula en la garganta con pedacitos de un amanecer que le robamos a la cordura?

¿Se puede extirpar la incertidumbre untándole las caricias que le sobraron a esas manos que caminaron un cuerpo. Un cuerpo abierto porque lo han buscado siempre?

Me pregunto si la felicidad es acumulable.

Me pregunto si además de usarla para nosotros podríamos arrullar con pedacitos de un guiño a alguien que sufre.

Si podemos envolver a alguien que tiene frío con la felicidad que nos queda de una noche de abrazos, una noche completa, una noche perfecta…

Me pregunto.


 
 
 

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