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LUZ/SOMBRA

  • TAMARA TROTTNER
  • 10 oct 2012
  • 2 Min. de lectura

Vivimos los momentos difíciles como si fueran a durar para siempre. Nos metemos en ellos con ojos turbios y oídos ausentes, y la oscuridad de la situación se come el entendimiento que pudiéramos tener. Nada tiene sentido. Nos absorbe el dolor.

Hay otros momentos, los que quizás ocupan la gran parte de nuestra vida. Los periodos normales, los cotidianos, los que se hilan uno tras otro, día tras día, década tras década. Estos suceden y podemos vivirlos así, como lo cotidiano, como lo esperado, como lo inevitable. Podemos también ver a cada uno como un acontecimiento extraordinario, porque para poder vivirlos estamos vivos: respiramos, caminamos, nos despertamos esa precisa mañana.

Recorre uno de tus días, piénsalo con todo el asombro que debe de contener: te levantas de una cama en la que dormiste cómodo y seguro, eso es mucho más de lo que tienen la posibilidad de hacer la mayor parte de los seres humanos de nuestro planeta. Te bañaste en una regadera con agua caliente y desayunaste, básicamente lo que se te antojó. Para qué decir lo que ya sabemos. Simplemente esas tres cosas harían felices al 95% de los pobladores de la Tierra. Agrega los ingredientes que quieras… si te tocó estar en el mar, si te sentaste a trabajar en algo que te apasiona, si hiciste una práctica de yoga, abrazaste a un ser querido, escuchaste música…

Si realmente ponemos atención e intención podemos ver nuestro día a día como algo extraordinario, y ya con eso nos veríamos impulsados a agradecer, desde lo más profundo del alma.

Pero la vida es mágica y asombrosa y nos regala otros momentos, los que son de pura luz. En el transitar cotidiano aparece un instante que aprisiona el respiro, hurta las dudas, que nos eleva hasta volvernos uno, volvernos albor, volvernos absolutos. Son esas las vivencias que podemos recrear en nuestra mente cuando cerramos los ojos antes de dormir, y nos sacan un suspiro.

Cada quien tiene las suyas. La cantidad depende, creo, de la entrega y pasión que decidamos imprimirle al aliento de cada día. Los momentos cotidianos pueden ser especiales, los momentos especiales pueden ser asombrosos. Una reunión puede ser charla o puede ser el intercambio de esencias. Ir al cine, una flor, reírse, un beso…(un interminable beso), caminar de la mano, un parque, la Luna, comer algo que nos hace repchuparnos los dedos, cocinar, compartir un chocolate, una caricia, un abrazo… todo puede ser habitual o puede ser sorprendente.

Si decidimos vivir lo cotidiano como especial, entonces lo especial se vuelve milagroso y los momentos malos, los tristes, los difíciles… esos que parecen eternos, se vuelven tan sólo sombras de una luz imperiosa, la opacidad que se requiere para ver los objetos con volumen, para percibir lo iluminado, para ver con más claridad y certeza, la oscuridad que delimita el sendero que debemos recorrer, la bruma que obliga a poner más atención, la negrura que permite descansar los sentidos para renovarlos con más fuerza cuando aparece el alba.

A veces, muchas muchas veces no es fácil. Pero estoy convencida que hay que empezar, para que se vuelva un círculo virtuoso de pensamiento y entender asi, sin lugar a dudas, que la sombra es tan sólo la confirmación de que existe la luz.


 
 
 

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