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ÚLTIMO DÍA DEL AÑO

Es el último día del año… supongo que millones y millones de personas estarán escribiendo algo al respecto. Diría que hay toneladas de tinta deslizándose por cuartillas y cuartillas de papel… pero entiendo que en pleno siglo XXI son mas bien millones de megabytes recorriendo pantallas… o algo por el estilo. Mucho menos romántico, pero probablemente más funcional.

La emoción de un nuevo año es común. Por supuesto que hay los que dicen: Yo no celebro esas tonterías, éste es un día como cualquier otro. Y, en realidad, sí lo es. Entiendo que no voy a despertar mañana en un mundo en el que se haya terminado la violencia y el odio. Sé que al salir el primer sol del 2012 seguirá habiendo hambre, injusticia, dolor, fanáticos que matan, torturados y asesinos. El 1º de Enero va a empezar y a terminar igual como el 31 de diciembre… y así sucesivamente hasta que el año vuelva a terminar. Y así podría resumirse la vida. ¡Y que flojera! Me rehúso.

El fin de un año y el principio de otro traen la posibilidad de sentarnos a reflexionar, cosa que hacemos (o por lo menos yo hago ) poco. Eso que llamamos propósitos son un recuento de las cosas que entendemos que podríamos cambiar, mejorar, agregar o eliminar de nuestro día a día, para que así la vida transcurra más luminosa, emocionante, plena y, sobre todo, con sentido.

Cada año escribo mis propósitos. Los obvios como hacer ejercicio, bajar de peso, comer más verduras y menos pasteles, esos ya no los escribo. Para qué… si ni yo me los creo. La verdad es que prefiero comer pasteles.

La mayoría de los otros van naciendo en el camino. Cada mañana hago una lista de propósitos, el primero siempre es despertar sonriendo… y de ahí me sigo. A veces se puede, otras no. Pero al hacer consciente la intención es más fácil dirigir los pasos.

Si, los propósitos de año nuevo deberían de ser propósitos de cada mañana.

Entonces, en vez de propósitos, haré un recuento de lo que fue el año que ahora termina, mirar atrás establece las reglas del juego, las que funcionan y las que definitivamente hay que desechar. Una ojeadita a lo que fue puede dirigirnos a lo que queremos que sea.

Como en la vida de cada uno, el año trajo días de asombros, emociones, alegrías… y también su dosis de chubascos, angustias, desánimos. Reencuentros y despedidas. Carcajadas y llanto del que desgarra. Muchos cuestionamientos. Planes que inundan de posibilidades. Planes que se estrellan contra el piso de la realidad. Ilusiones que al soñarse son tan reales que realmente son. Sueños que despiertan a una vida que a veces parece recorrerse sola y que no permite soñar.

Cierro los ojos y transito el año. ¿Qué me hizo feliz? Creo que esa es una buena pregunta, porque así podré repetirlo.

¿Servirá un Top Ten list?

Sí, me emociona la idea de hacer una lista de las 10 cosas que más felicidad me dieron. No se las voy a decir, tampoco se trata de matar de aburrimiento al prójimo. Pero sí les digo que al escribirlas en mi mente todas tienen que ver con el amor. TODAS.

Los días de risas y de compartir netas con mis hijos. De sentarnos en la arena. De sentarnos en el pasto, y platicar desde el fondo de las emociones, sin barreras, sin cuidado, sólo hablando las palabras que nacen desde las experiencias, los miedos, las alegrías y los espejismos. Saberme su confidente y tener en ellos oídos jóvenes y mentes ávidas. Mis hijos son mi lección de vida cotidiana, mi más absoluto placer, el orgullo más apabullante. Y mi propósito, con ellos es ser apoyo, ser guía, ser amiga, ser mamá de las que dicen : ya ponte el sweater y no dejes todo tirado. Pero también de las que abrazan y se vuelven oídos empáticos y lágrimas compartidas y siempre dirán, aunque a veces duela: ésta es mi experiencia, ahora ve y ten la tuya… y sé feliz.

Mi esposo con el que entiendo que la vida es preciosa cuando alguien camina a tu lado. Que hay momentos de subida y otros de bajada y, en general, caminos lindos que es mejor recorrer abrazados. Y él me abraza y yo lo abrazo.

Mis amigos. Mis increíbles, maravillosos únicos amigos. Éste año resurgió la amistad de mis compañeros de primaria, un amor que nació tan puro, tan inocente, tan desparpajado como sólo puede existir a los seis años. Y hoy, cuarentadespués seguimos abrazados con la intensidad y la alegría de entonces. Este año he llorado de la risa con sus correos, me he sentido cercana a sus problemas, hemos compartido copas de vino, atardeceres y charlas. Cada uno de ellos es hoy un ser humano completo, los admiro a todos por el trayecto que han recorrido, por sus pasiones, por sus logros, por los retos que cada día superan. Somos un grupo asombroso. Y el amor es asombro.

Con mis hermnasamigas la vida del último año fue como ha sido siempre. Deliciosa. Recuerdo una y otra charla de esas que se quedan pegadas a nuestros recuerdos y nos hacen felices. Sin ellas sé que hoy estaría aquí, pero estaría mucho menos feliz, mucho menos plena, mucho menos yo… estaría con más dudas y con menos carcajadas. Estaría, supongo, pero no con las ganas de estar a todo lo que da, cada instante. Hubo viajes, comidas, desayunos, cafecitos, escapadas para darnos sólo un abrazo. Hubo miedos compartidos y la deliciosa, absoluta entrega de nuestras cuencas y precipicios, de nuestras cimas y lejanías, de nuestros deseos más reales, sin filtro, sin juicio.

Si tuviera que resumir este año en una palabra sería: Amor.

El amor precioso, emocionante, divertido, entrañable. El amor que nace de repente. El que ya camina a nuestro lado desde siempre. El que queremos tener junto a nosotros parasiempre. El amor que asombra, que llena nuestros pensamientos, que permite la absoluta entrega del ser. El amor delicioso. El que nace entre miradas. El amor de los reencuentros, de los que han existido siempre. El que se llora… el que nos hace extrañar y que duela… que duela mucho. El que nos hace abrazar con el cuerpo y con los sueños. Bailar, por el simple gusto de hacerlo. Comer delicioso y que cada bocado se vuelva único. Inhalar los sueños del otro y que adentro se vuelvan nuestros. El que nos permite entregarnos por completo. El que nos dice que existe, aunque nos quieran hacer creer que no. El que ha existido desde antes de entenderlo. El que no queremos dejar ir, porque sabemos que ahí, en él somos nuestra mejor versión, nuestro más completo ser, nuestra más luminosa existencia. El que nos incita, nos exalta, nos reta, nos mira directamente a los ojos y dice, ¡a ver si puedes! El amor a las letras, al planeta, a los asombros de cada día. El amor a nuestros amores. Porque sin ellos todo lo demás pierde rumbo.

Éste no es un discurso de agradecimientos. Después de todo no me gané un Oscar, es sólo un texto más… uno con el que termina un año y empezará otro. Lo digo porque me estaba poniendo nerviosa: a quién no he mencionado, quién se va a ofender porque no está su nombre, qué más debo de decir… ¡Ya bajale! Ni a quien le importe. Tú escribe porque eso es lo que haces, y los que te lean se acomodarán entre las líneas del texto al que quieran pertenecer. O no. Da igual.


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