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ENSEÑANZAS

Les enseñé a decir mamá antes que papá (por supuesto) aunque alguno prefirió empezar diciendo Gua Gua.

Les enseñé a hacer muñecos de plastilina y a que fueran los mejores muñecos, porque cuesta el mismo trabajo hacer una pelota derechita que una chueca.

Les enseñé a decir por favor y gracias y a ser amables siempre. Les enseñé a tratar de ser los mejores en todo lo que hacen, pero especialmente a disfrutarlo. De nada vale hacer las cosas con aburrimiento y enojo, mejor encontrar algo divertido en cada actividad. Y así, en los museos, cada uno decidía qué cuadro llevarse a casa; estudiando capitales inventábamos canciones y cada noche les contaba un cuento en el que ellos eran los personajes.

Y les enseñé que la vida es un increíble regalo que cada día debe de asombrarnos y llenarnos de agradecimiento…

Entonces crecieron, porque así es, porque a veces quisiéramos congelar el tiempo exactamente en el momento en el que están acurrucados en nuestra cama, en mameluco, y cierran despacito los ojos y los miramos, y no podemos dejar de hacerlo porque son tan perfectos, tan hermosos. Pero el tiempo no se deja congelar.

Y crecen.

Vas a sufrir, le dije, tratando de darle una nueva enseñanza, la eterna mamá queriendo proteger a sus cachorritos. Vas a sufrir, mi niño, porque ella, inevitablemente, se va a ir.

Y se fue….

¿Estás muy triste? Le pregunté. Pregunta idiota de cuando no sabemos qué decir para mitigar un dolor que no es mitigable.

Ya lo sabíamos, me respondió… y estoy feliz de haberlo vivido, aunque tuviera que terminar.

Quisiera haber sido yo la que le explicara que la vida es mejor cuando nos arriesgamos: es mejor el dolor de una caída que el de la parálisis.

Quisiera haber sido yo la que le enseñara que el amor, el que vale la pena, el que nos hace presentir que la vida es de sonrojos, el que nos hace respirar bocanadas, el que nos hace caminar a saltitos y ser absolutamente ridículos, ese amor siempre vale la pena.

Que al amor que nos incendia, que abraza los sueños y llena de literatura los pensamientos, ese amor siempre vale la pena.

Que el amor que la vida nos ofrece como un maravilloso regalo, sin saber muy bien por qué, sin saber si lo merecemos o no, pero que está ahí dispuesto a ser nuestro y a hacernos suyo… ese amor siempre vale la pena.

Quisiera haber sido yo la que le enseñara que el amor de besos en la banqueta, el amor que te hace invisible, el amor que convierte en bruma todo lo que no es el ser amado, el amor debajo de una cobija, en el piso de la sala, en la ausencia tan presente… ese amor siempre vale la pena.

El amor que regresa a la mente, que inunda los momentos, que aparece a la menor provocación con el nombre de una calle, con un perfume, con una palabra dicha al azar, por alguien que ni siquiera sabe que la dijo, el amor que está presente siempre, especialmente cuando lo quieres olvidar… ese amor siempre vale la pena.

Quisiera haber sido yo la que le enseñara esa lección… pero hoy, la alumna soy yo.


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